Era el 15 de agosto del 2007, el reloj anotaba las 18:40 horas, en la ciudad de Pisco (Ica), cuando de pronto la tranquilidad de toda una localidad empezó a remecerse ante uno de los movimientos telúricos más devastadores de la historia del Perú. Un terremoto de 7.9 de magnitud que no solo dejó centenares de fallecidos, sino el dolor de todo un pueblo que poco a poco estaba saliendo adelante gracias al turismo en la zona.
595 muertos, 2,291 heridos, 76 000 viviendas totalmente destruidas e inhabitables y 431 000 personas resultaron afectadas, principalmente en el departamento de Ica, fue el saldo que las autoridades emitieron de manera oficial. Sin embargo, con los años y lejos de levantarse de los escombros, muchos no lograron reponerse, a tal extremo que se vieron en la necesidad de abandonar la ciudad sureña.
Ese día también se vio afectada la carretera Panamericana Sur, impidiendo el acceso a las ciudades colindantes que también habían sufrido daños como lo fue: Cañete, Pisco, Ica y Chincha. Además, los principales servicios básicos colapsaron, no había agua potable, luz, internet, ni fluido telefónico.
En Lima también se sintió el gran movimiento telúrico que afectó el sur de la capital, en varios distritos se fue el fluido eléctrico y era imposible acceder a llamadas telefónicas porque las principales redes cayeron totalmente.
Como efecto del devastador sismo se produjo un maremoto que inundó algunos poblados y balnearios costeros, además de daños considerables en la infraestructura de miles de viviendas, edificios, colegios, escuelas, etc.
TODOS SE UNIERON
El Perú se puso de pie. No solo el Perú: varios países hermanos extendieron su generosidad enviando ayuda médica, víveres, medicina y especialistas en rescate.
Países como Estados Unidos, Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador, Colombia, Venezuela, Brasil, España, Alemania, Francia, Inglaterra, Canadá, México e Italia elevaron a sus oficinas de cooperación internacional al más alto estado de alerta para dirigir esfuerzos de ayuda hacia la región Ica. Todo un símbolo de hermandad.
Las muestras de solidaridad en el Perú fueron extensas, pero fue Lima la ciudad que se puso a la orden de las necesidades. Miles de limeños donaron dinero en efectivo, víveres no perecibles, ropa, colchones, frazadas, agua y un largo etcétera de ayuda que llegó desde todos los rincones de la capital.
La ayuda se concentró en el Estadio Nacional, pero diversas instituciones, iglesias, medios de comunicación, la empresa privada, oenegés, la sociedad civil… realizaron sus propios acopios de ayuda y sirvieron de plataforma para sus respectivos círculos de acción.
Los voluntarios tampoco faltaron. Personas que renunciaron a sus trabajos para asistir al hermano herido, que viajaron con sus propios medios llevando ayuda y demostraron que se puede ser solidario con poco. Mostraron que ayudar al otro, al llamado prójimo es la muestra más grande de humanidad.
Lima fue la muestra solidaria que el país necesitaba para sentirse unido frente a la desgracia.
Pero esta ayuda cae en saco roto cuando no hay una cultura adecuada de prevención. La dolorosa moraleja es que debemos entender que los sismos vivirán con nosotros y que debemos estar preparados. Tarde o temprano habrá un terremoto similar, y este quizá sea en Lima. En ese momento, ¿qué harás?
Es hora de tomar conciencia.