Por: Julián Rodríguez
No soy una máquina: soy un escritor, un poeta. Un ser humano como cualquier otro. Un amasijo de células que siente hambre, sed y frio. Un hombre que ríe y llora. Que odia y ama. Que hiere y cura. Un hombre de carne y hueso después de todo. Y cuando escribo no lo hago premeditadamente supeditado a un horario. Pues, como dije antes, no soy una máquina, un androide o un robot programado por un software complejo. Y sólo escribo cuando me dan ganas de escribir. Cuando algo, un espíritu o un no sé qué, se apodera de mi alma y como un poseso vomito letras, palabras, frases que, sin quererlo, se transforman en cuentos desgarrados, crónicas profanas, novelas fantasiosas o poemas colmadas de versos insulsos y blasfemos. Por eso, hacía meses que no escribía. Aún recuerdo el día. Aquel día gris cuando, de pronto, encadené mis manos y dejé dos novelas inconclusas, un libro de cuentos sin finales y un poemario sin rimas. Y me dediqué de lleno a la lectura, mi otra inherente pasión. Aquella pasión inexorable y compulsiva que me induce, cual polilla famélica, a devorar libros sin medida.
En esos meses de carestía literaria, leí innumerables obras de autores contemporáneos y releí también los escritos de gigantes intelectuales como Chéjov, Dostoievski, Borges, Cervantes, Vallejo y Allan Poe. Alejado de la pluma y el tintero, aunque, a decir verdad, alejado de las teclas de mi gélida laptop.
Pero una noche de Luna llena, en una de mis noches de insomnio, sentí ese un no sé qué que se introdujo por los poros de mi cuerpo y como un proyectil de ideas se impactó en mi cerebro, y oí esa voz. Esa voz que sacudió las hebras más sensibles de mi alma. Esa misma voz que oímos los vates y escritores y que nos dictan textos que plasmamos, cual locos esquizofrénicos, en nuestras obras.
¿Será tal vez, ese un no sé qué, el fantasma de Vallejo, Dostoievski, Chéjov o de Cervantes? ¿O acaso será esa voz, la voz de aquellos literatos que ya murieron pero viven, y que nos conminan a garabatear en nuestros escritos desvaríos de Luna llena? ¿O a lo mejor seremos guerrilleros de las letras que enfilan sus artillerías contra un mundo injusto e inhumano? La verdad, no lo sé. Pero sea como fuere, aquella noche liberé mis manos y volví a teclear ferozmente mi laptop, como un lobo enloquecido, como un maniático hechizado, como un fantasma de Luna llena, y retomé mis cuentos, mis poemas y mis novelas. Pero retomé también el hábito de escribir crónicas y artículos que quizás, en el peor de los casos, nadie lea. No obstante, habré saciado esa sed incontrolable de expulsar las alegrías y temores que llevo aquí dentro. Dictadas, tal vez, por la voz del fantasma de Vallejo, Dostoievski, Chéjov o de Cervantes.