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Testimonios de la tragedia en Fiori: “El olor a gasolina era escandaloso”

A las 7:33 p.m. del domingo último, Bartolo Llonto Ñíquen miró su reloj, besó a su hijo de dos años y lo dejó sobre las piernas de su esposa, Elízabeth Carrillo Chileno, quien tenía tres meses de embarazo. Hizo adiós con las manos y bajó del bus.

Elízabeth y su hijo mayor, Jonathan Carranza Carrillo, estaban en la última fila de asientos del segundo nivel del vehículo con placa C4L-966 de la empresa Sajy Bus. Con ellos, otros 55 pasajeros estaban próximos a partir de un terminal informal situado en las inmediaciones del centro comercial Fiori, en San Martín de Porres (Lima), hacia Chiclayo.

Casi detrás de Bartolo, José Olivos Hernández descendió hasta la cabina del chofer para advertirle que un olor a combustible aturdía a los pasajeros. El pasillo separaba el asiento de José Olivos del de Luis Vitón Villanueva, quien estaba sentado junto a su esposa, Gloria Collantes Cáceres. Luis Vitón quedó de pie en el pasillo a la espera de la información que trajera José Olivos del chofer. Entonces, todo empezó.

Luis recuerda que hubo dos estallidos seguidos, una chispa y que luego, en total oscuridad, el bus se llenó de humo. En medio del griterío, una avalancha humana lo arrastró hacia el primer nivel cuando la parte trasera del vehículo empezaba a ser consumida por el fuego. No tuvo tiempo de tomar del brazo a su esposa. Abajo, encontró a José Olivos enfrentando en vano a la masa para poder subir en rescate de su familia.

En ese momento, Bartolo Llonto abordaba en la avenida Tomás Valle el microbús que lo llevaría a su casa, en Ventanilla. Dice, con desconsuelo, que vio el humo de lejos pero no lo vinculó con la tragedia que hoy, asegura, le está fulminando el alma.

—El dolor por dentro—

A Bartolo Llonto, José Olivos y Luis Vitón los une una desgracia en común: han perdido en el fuego a sus esposas, sus familias, sus fuerzas. En una esquina del frontis de la Morgue Central de Lima, José, el cuerpo oblicuo y débil, nombra bajito a cada uno de los parientes que iban con él. Son seis. “Mi vida”, repite.

El viernes pasado, él había llegado a Lima desde Oyotún (Chiclayo) con su esposa, Rosa Sipión, sus hijos Fanny, Álex y Estela, y con sus cuatro nietos. El sábado todos habían bailado en el matrimonio de un sobrino de José y, horas antes de abordar el bus, cenaron juntos por última vez.

Lo poco que José Olivos ha podido rememorar es que durante la brega por subir y sacar de las llamas a su familia, logró arrastrar a su hija Estela. Ella llevaba a su bebe de un año en brazos. El nudo de cuerpos que se había formado en la escalera que unía ambos niveles del vehículo no le permitió seguir.

Luis Vitón deambula a la espera de la lista final de víctimas mortales del incendio. “Son 17”, dice, camina pero no sabe a dónde ir y regresa, como intentando encontrar una respuesta o, más bien, una salida, una esperanza.

Hace más de 40 años conoció a Gloria Collantes en Cayaltí cuando trabajaba en la cooperativa de ese distrito de Chiclayo. Desde entonces no se habían separado nunca, ni cuando les tocó venir a Lima en busca de trabajo. Por eso, ahora que recuerda el momento en que se paró para saber qué causaba el penetrante olor a gasolina y pegamento que se propagaba en el bus, se derrumba.

“El olor a gasolina era escandaloso. De abajo tiraban piedras a las lunas pero no les hacían nada. Eran bloques totalmente cerrados”, lamenta.


Cuando el incendio se había tornado incontrolable para los pocos extintores que había en el terminal, a Luis Vitón lo sacaron y ya no le permitieron entrar. Turbado, el hombre asegura que rogó cuanto pudo a los policías y bomberos que atendían la emergencia, pero nadie le creyó que también era una víctima ni que su esposa estaba dentro del bus en llamas.

A Bartolo Llonto, la primera imagen de la catástrofe le llegó desde el celular de su hija, casi cuando ya había llegado a su casa. Ella le dijo que lo estuvo llamando durante todo su trayecto y también le mostró los primeros reportes del incendio que se emitían por televisión. De inmediato, Bartolo reconoció el vehículo y el lugar donde había dejado a su esposa embarazada y a su hijo. Rompió en llanto y emprendió el retorno.

Lo único que llevaba en la cabeza, dice, era el humo negro que vio cuando ya había salido del terminal y, maldiciéndose, la imagen de su familia. “Nos íbamos a separar apenas dos días. Mi esposa viajó para una misa de su padre. Debí ir con ellos”.

—Esperanza perdida—

Los esposos Fernando Valverde Caballero e Isabel Mora Inga también estaban en la fatídica unidad de Sajy Bus pero no iban precisamente a Chiclayo. Su destino era Casma (Áncash). Ayer, casi desde a las 6 a.m. sus familiares empezaron a llamarlos para saber por dónde estaban, pero los teléfonos celulares que ambos usaban estaban apagados.

Luis Valverde, un tío de Fernando, cuenta que por la mañana ya todos en su familia estaban en alerta con la noticia de la tragedia en el terminal informal. Ello ante la posibilidad de que la pareja pudiera haber abordado el bus que se había incendiado.

Hasta el último segundo antes de que los tíos y primos de Fernando vieran la lista de viajeros en la Morgue Central de Lima, todavía se aferraban a la idea de que la pareja haya cambiado de destino por un albur. Pero las pruebas dactilares ya habían corroborado que Fernando e Isabel estaban en la nómina de los primeros cuerpos identificados.

“Lo más duro será decirles a sus hijas de 5 y 12 años”, dice Luis, que asegura fue como un padre para Fernando. Y así lo llora.

OPINIÓN

Alfonso Flóres, gerente General de Fundación Transitemos: «¿Dónde está la autoridad?»

El transporte atraviesa desde hace tiempo una crisis seria de falta de autoridad que nos lleva a plantear la declaratoria de emergencia del sector para tomar medidas.

La responsabilidad de esta tragedia es compartida entre la autoridad nacional, los gobiernos locales y la empresa. La falta de terminales terrestres formales, la falta de revisiones técnicas reales, la falta de fiscalización efectiva, la falta de educación, la informalidad e inseguridad del servicio son una bomba de tiempo que explotó.

Es imprescindible empezar por mejorar el sistema de fiscalización. Se debe aumentar el presupuesto de los responsables de ejecutar la tarea, labor conjunta del MTC, Sutrán, Indecopi, Poder Judicial y gobiernos locales.

SEPA MÁS

CLAUSURA
Las oficinas de la empresa Sajy Bus, en Chiclayo y Trujillo, fueron clausuradas. Ropas y fotos de las víctimas son veladas en Chiclayo, a donde iba a partir el bus.

SOBRE EL SOAT
La Positiva Seguros informó que el SOAT de la empresa Inversiones SAJY S.R.L., dueña del bus, no aplica para atender a las víctimas. No obstante, precisó que se hará cargo de las atenciones de víctimas y deudos a través del título de liberalidad.

CITADOS
Desde las 8:00 a.m. se presentarán en el Congreso varias autoridades para responder por el incendio.

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