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El triste y solitario final de un Lionel Messi que apenas se lo vio sonreír en el Mundial

«Hasta la vista amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final». Raymond Chandler ya le hablaba a Lionel Messi en su novela «El largo adiós» de 1953, la misma en la que se inspiró Osvaldo Soriano para titular su opera prima 20 años más tarde. Aquí, en el pasto del Kazán Arena, 45 años después, el Mundial es triste, solitario y final para Leo.

Quieto. Ahí se quedó Lionel. En el mismo lugar donde estaba cuando sonó el último pitazo para él en Rusia. No se movió más por unos cuantos minutos eternos. Es largo este final mundialista para él porque fue largo el proceso para llegar. Y tedioso. Sufrido. Agónico. Para nada divertido. Por eso se clavó ahí, a unos metros del círculo central. Solitario. Sin mirar a nadie, a nada. Ni siquiera a su mujer Antonela Roccuzzo, ni a sus hijos, padres y hermanos que estaban en la tribuna.



Abrazó por inercia a los que lo abrazaron de pasada: Caballero, Mascherano, Deschamps, Ansaldi, Higuaín, Di María, y algunos compañeros más. No pudo ni reaccionar ante las palmadas de los que no se animaron a consolarlo de manera más afectuosa y apelaron a pasarle por al lado y apenas tocarle la espalda.
Todos respetaron su duelo, que fue el de todos. Messi se fue de este Mundial antes de tiempo y sin brillar por completo.

Estuvo lejos de su nivel ideal. La aparición contra Nigeria, en un momento caliente, entregó la única figura suya a la altura de la Copa del Mundo. Pero no se mantuvo en los octavos de final esa Pulga encendida, que prometía dejar atrás el arranque colectivo decepcionante contra Islandia (penal suyo errado incluido) y Croacia. Metido entre los centrales franceses, no fue ni nueve ni falso ni Messi. Tampoco logró imponer su estatus de mejor jugador del mundo cuando retrocedió para tratar de agarrar la pelota. Fue partícipe del gol de Gabriel Mercado al impactar el balón que el defensor desvió a la red. Y asistió por arriba al Kun Agüero para ese descuento sobre la hora que solo sirvió para estirar la ilusión un minuto más.

Clarin

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