En la Semana Santa tenemos la oportunidad de combinar nuestra fe, esperanza, tradición y creencias. Es tiempo, además, para meditar y reflexionar… para dar gracias y ayudar.
En la Semana Santa, dice un entendido, los evangélicos conmemoran, a través de actividades, la resurrección de Jesús. Es decir, no recuerdan su muerte, sino que celebran su renacimiento para la vida eterna. En sus actividades no resalta la muerte de Él.
Aparte del significado religioso, suceden otras situaciones que muchas personas practican, ignorando el por qué lo hacen y seguirán haciendo. Estamos hablando de algo muy importante: evitar comer carnes rojas. Este es un tema que tiene sus orígenes y creencias, según las religiones existentes en el mundo.
Los fieles tienen claro que hay días establecidos de abstinencia de la carne. Estos son: el miércoles de ceniza, el primer viernes de Cuaresma y el Viernes Santo.
Pero, ¿por qué nos privamos de las carnes rojas?
Los católicos comen pescado o marisco en Semana Santa –según un sacerdote consultado- “es para cumplir con las Sagradas Escrituras. Los fieles católicos no consumen la carne roja porque representa el cuerpo de Cristo crucificado. Esa es su respuesta”.
Por otra parte, esperando una respuesta similar a la anterior, un sacerdote mercedario (Convento de la Merced) responde a mi consulta con la siguiente frase: “En realidad no se come carne por la siguiente razón: Debemos acostumbrar a nuestro cuerpo a abstenernos de comer algo que realmente deseamos. Por ejemplo, si el día Viernes Santo se nos presenta el deseo de comernos un trozo de torta muy apetecible, debemos negarnos a esa posibilidad, o bien, servirse una fracción mínima. Es una forma de probarnos si somos capaces de abstenernos a ese apetito”… “… y esa es una manera, por supuesto, de renunciar a llevar a cabo cosas que añoramos, con fervor, en esta fecha tan especial…”
Y no me quedé con esa frase, no por incrédula, sino por inquieta. Pasé a visitar la Gruta de Lourdes en Rancagua, y me encontré con el Padre a cargo de la Iglesia. Le hice la misma pregunta. Bueno, la respuesta fue demasiado afín a la versión del Padre del Convento de La Merced, sólo se cambiaron las palabras. “La abstinencia (moderación) es demasiado importante en esta fecha para la Iglesia y sus fieles. Es importante que los seguidores de Cristo no duden en alejarse de la exageración de cualquier tipo de consumismo. Incluso es bueno saber que pueden moderarse o privarse de realizar cosas que les entretienen: por ejemplo, ver televisión o comer hasta quedar demasiado satisfechos. La Iglesia sólo pide M-O-D-E-R-A-C-I-O-N… Esa es la idea.”
En el caso de los evangélicos, no hay abstinencia en el consumo de este producto. Ellos no guardan este tipo de prácticas. Ellos piensan que es más importante guardar el corazón de las contaminaciones de este mundo. La contaminación, para ellos, se llama pecado. Para ellos, la comunión con Dios se encuentra a través de la oración y el cumplimiento de las Sagradas Escrituras.
Las semanas santas de antaño
Conversando con personas de la tercera edad, me cuentan que en sus años de infancia y juventud, comer carne era la máxima falta de respeto, por no decir “pecado”.
En aquellos tiempos, comer carne era sí o sí. Y resultaba ser para los creyentes, al igual que en estos tiempos, una de las costumbres más arraigadas. Lo principal era –y es- preparar sus alimentos en base a pescado o marisco, absteniéndose, por completo de comer carnes rojas.
Sea cual sea la inclinación o creencias que pueda tener un ser humano, es más importante preocuparse de no participar de la insidia, ser más expresivos, fuertes en el sentir y en dar. Lo que se resalta en estas fechas, es la verdadera comunión de todos nosotros. Dar un significado más grandioso al ámbito religioso y no pensar en las discrepancias que podrían surgir por lo que se come o no se debe comer. En todo caso, como católica que soy, sigo y persigo mis creencias… pero respeto demasiado las distintas a las mías.
“LO QUE CONTAMINA AL HOMBRE NO ES LO QUE ENTRA, SINO LO QUE SALE DE ÉL.” Y VALE MÁS ENTREGAR QUE RECIBIR. AL FINAL, TODOS SOMOS HERMANOS DE JESÚS.
Silvia Angélica Miranda
Servidora Pública