Por: Julián Rodríguez “El temerario” (Escritor)
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Recuerdo que cuando era chico, en el colegio, en el curso de Religión, el cura Prado nos hacía rezar el Credo, el Ave María, el Padre Nuestro y todos los rezos habidos y por haber, asegurándonos que la Divina Providencia, a través de ellos nos ofrecía un medio de salvación de los más poderosos y eficaces contra Satanás y sus demonios, que buscan descarriar a las almas para luego atormentarlas eternamente en el lago del infierno. Luego nos conminaba a asistir los domingos a misa, bajo pena de ponernos cero si no lo hacíamos, y a desfilar por el confesionario y contarle, con lujos y detalles, todos nuestros pecados, pues él, aseguraba, se comunicaría con Dios y abogaría por nosotros para lograr la indulgencia y el perdón de nuestras faltas.
También nos narraba una historia maquillada de los Papas, quienes, nos decía, eran los elegidos por Dios para pastorear su rebaño en este mundo impuro y sacrílego. “Ellos son santos, puros, libres de pecado”, narraba. “Todos los Papas han sido hombres intachables, buenos y piadosos”, continuaba. Y así crecí, pensando, como muchos, que ellos eran casi como Cristo. Incluso, cuando el Papa Juan Pablo II visitó el Perú el año 1985, estuve entre la multitud tratando de al menos verlo y, si se pudiese, tocarlo. Quería presenciar a aquel Santo, a aquel ser divino, puro, al hijo predilecto de Dios, como decía el cura Prado.
Pero luego, al crecer, al investigar sobre los Papas, me di con la sorpresa de que aquello no era cierto. El cura Prado había mentido, como nos ha mentido la Iglesia Católica por años haciéndonos creer que los supuestos Vicarios de Cristo son unos santos, cuando en realidad, distan mucho de serlo, ya que, por sus acciones, más se parecen a los demonios que habitan en el averno.
Atónito, descubrí que la verdadera historia de los Papas (los mal llamados Santos Padres), es una historia siniestra, perversa y macabra. Y que el Vaticano es, y ha sido siempre, un nido de luchas, vicios y corrupción, colmado de innumerables casos de asesinatos, simonía, despotismo, libertinaje y otros escándalos económicos, políticos y sociales que han salpicado su maldita historia. Ni el amor al prójimo ni la gloria de Dios tuvieron tanta influencia en esta crónica demoniaca como el afán de poder y lujo al que aspiraron sus protagonistas. Protagonistas que, incluyendo los cardenales, obispos, incluso los simples curas de parroquia, siempre fueron personajes intolerantes, pederastas, asesinos, depravados sexuales y ajenos a aquello que predican en el púlpito.
Por ejemplo, Juan XII, durante su pontificado, se dedicó de lleno al disfrute de las más grandes depravaciones sexuales. Convirtiendo la residencia papal en ese entonces, el Palacio de san Juan de Letrán, en un prostíbulo al que acudían como invitados miembros de la nobleza romana para gozar de los favores sexuales de las prostitutas. En ese lugar se armaba una orgia de padre y señor mío donde, por supuesto, el propio Papa participaba de ellas. Este papa era un sodomita, un desviado que también mantenía relaciones sexuales con muchos jóvenes, y que premiaba, a quienes más les satisfacían, con obispados y otros cargos de alta jerarquía dentro de la iglesia.
Otra historia siniestra, es la de Esteban VI, quien en el siglo X desenterró los restos del Papa Formoso y sometió a su cadáver a un macabro juicio, arguyendo que éste había cometido ciertos pecados. Obviamente, por estar muerto, el Papa Formoso no pudo defenderse en el proceso y fue declarado culpable. Luego del atípico juicio, el papa Esteban VI ordenó que el cadáver del condenado fuese mutilado y los restos arrojados al río Tíber. ¡Dios santo! Ni el propio Satanás hubiera perpetrado un acto tan espeluznante como aquel.
Pero las historias de perversiones maquiavélicas son inacabables. Alejandro VI, otro Papa, se hizo muy célebre por su lado oscuro. Sergio III también pasó a esta nefasta historia, pues para acceder al poder no dudó en asesinar a dos de sus antecesores. Primero los encarceló y seguidamente los degolló inmisericordemente. Luego se coronó Papa. Otra dupla maldita conformada por Urbano II e Inocencio III ocasionaron, por sus estúpidas ideas, las muertes de cientos de miles de personas en las Cruzadas.
Y no puedo dejar de mencionar el Siglo Oscuro del papado, denominado también como la «Pornocracia». Época donde las concubinas de los papas eran quienes manejaban a su antojo la iglesia y el trono de San Pedro. Mujeres como Teodora la Mayor y su hija Marozia. Teodora era la amante de Juan X y Marozia era la putita de Sergio III, con quien, incluso, tuvo un hijo.
Ni que decir de Los Borgia, La Trinidad Maldita. Una noble familia valenciana que a finales del siglo XV estuvo a punto de someter media Italia al poder de la Santa Sede y convertirla en una pseudo-monarquía hereditaria. Tres fueron los miembros de aquella familia deseosa de poder que han pasado a la historia: el Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia), y sus hijos César y Lucrecia.
Incluso Juan Pablo II, un Papa conservador y retrógrado, no era en realidad como se mostraba. Pues a pesar de que se marketeaba como un Papa benigno, abierto y democrático, devoto de la Virgen, en realidad fue muy machista con la mujer dentro de la Iglesia y tuvo posiciones obtusas en cuanto a la homosexualidad, el aborto, entre otros temas. Pero su mayor pecado fue que, ante una multitud de cerca de 300,000 personas, entre ellas cientos de personalidades y religiosos de todo el mundo y en particular de América Latina, canonizó al fundador de aquel engendró llamado Opus Dei, el español Josemaría Escrivá de Balaguer. Luego elevó al aborto (Opus Dei) de éste a la posición de única prelatura personal. Desde entonces el entorno de la casa papal cada vez más se ha situado bajo el dominio de aquella siniestra Congregación.
Pero las historias siguen. Son muchas. Innumerables. Tantas que no cabrían en este pequeño blog. Y al hurgar en ellas no puedo comprender cómo esos hombres cometieron dantescas atrocidades, viles asesinatos y acciones monstruosas. Inimaginables, incluso, por el ser humano más perverso del planeta. Entonces, al indagar en la historia, descubrí, que los Papas, en realidad, no son Vicarios de Cristo sino, VICARIOS DEL DIABLO.