Carlos Alberto Izaguirre, diputado ancashino, sanmarquino de corazón, presidente del grupo cultural universitario ‘Ariel’, hijo bien, alzó la voz muy fuerte y anunció su deseo de romper con la orfandad en el Perú. Habló en el hemiciclo ante sus pares y les dijo que el país no podía sustraerse a una fiesta que cada vez se extendía más, por medio de la cual se honraba a mamá, sí, la de todos, la única, la reina de la casa.
Los políticos olvidaron entonces sus banderas partidarias y alzaron el pabellón filial. Aceptaron por unanimidad la petición, llegó el tema al Senado, al ministro de Instrucción y al presidente, y el 12 de abril de 1924 se promulgó la resolución suprema más mimosa: «Vista la solicitud que formula el ‘Ateneo Universitario Ariel’ de esta capital, sobre la constitución del ‘Día de la Madre’. Estando a lo acordado. Se resuelve: Declarar día solemne, bajo la denominación de Día de la Madre, el segundo domingo del mes de mayo».
De inmediato, Lima tomó partido por el tema y empezaron las sugerencias. La educadora Elvira García y García, por ejemplo, expuso la conveniencia de honrar a las madres que habían perdido a sus hijos en la guerra de 1879. Sin embargo, pronto el grupo ‘Ariel’ anunció las que serían las actividades centrales. Entre ellas, una romería ante el busto de la protectora de los niños Juana Alarco de Dammert, una ceremonia cultural y artística en la Casona de San Marcos en el Parque Universitario, y otras similares a nivel de los colegios.
Pronto surgieron las adhesiones del Círculo de Estudiantes Piuranos, de la Asociación Estudiantil Ancashina, de la Escuela Técnica de Comercio, de la Liga de Cultura y Bondad del Instituto Molinares, de la Legión Feminista Pro Cultura y en especial de la Asociación Cristiana de Jóvenes. También se prestaron a colaborar los colegios Nuestra Señora de Guadalupe, el Anglo Peruano, los Sagrados Corazones, Rodó, Corazón de Jesús, la Escuela Normal de Señoritas, el Liceo Lima y muchos más.
«No se piensa por ningún motivo en premios que sólo opacarían la inmaculada belleza de la fiesta materna», escribiría un lector en El Comercio, y como ésta se publicaron varias misivas y reflexiones en torno al significado de la fecha.
Los promotores acordaron con los colegios que a las actuaciones fueran invitadas las madres de los estudiantes y que éstos, al igual que en otros países latinoamericanos, colocaran en sus ojales «los que tienen a la madre viva (…) una flor roja en todo el día y los que la tienen muerta una flor blanca».
A la campaña se aunó el arzobispado de Lima que dispuso que en los templos se hicieran rogativas y que en todos los hogares católicos se dedique una especial consideración a la fiesta.
Además se imprimieron y repartieron volantes con oraciones dedicadas a las madres y una poesía que redactó la mencionada García y García. «En muchos hogares, los hijos preparan sencillas fiestas en honor a sus madres. Los niños podrían repetir en nuestro medio lo que ya se ha hecho en otros lugares: en la semana de la madre, el primer día se dedica, por ejemplo, a la narración de un cuento que alguno de los hijos hace, estando por la noche la familia reunida; en los otros días tienen lugar las comidas en honor de la madre. Aquí todo queda a la espontaneidad del momento», escribió uno de los organizadores.
Un domingo 11 de mayo empezó todo. Por la mañana, cientos de escolares y bandas de música llegaron ante el busto a Juana Alarco de Dammert, ubicado en la Plaza de la Exposición, en tanto que en el Liceo Grau se celebraba una misa de salud por las madres, Elvira García y García recitaba su composición, y las alumnas Teresa Franco, Hilda Cánepa y Clelia Rojas hacían lo propio con sus trabajos.
La ceremonia central, como estaba previsto, empezó a las cinco de la tarde. «La impresión que ofrecía ayer el General de San Marcos con este motivo era imponente y simpática».
Fue el rector Manuel Vicente Villarán el primero en hablar a la enorme concurrencia, saludando la iniciativa del grupo ‘Ariel’. «Me es grato que la Universidad, templo de educación, auspicie y presida este homenaje que la piedad filial tributa a las madres, a las perennes y supremas educadoras, a las maestras nativas del género humano».
Después le tocó el turno al principal gestor del homenaje, Carlos Alberto Izaguirre, quien muy emocionado enfrentó los ojos clavados sobre él. «En este instante de crisis en todos los órdenes de la vida estamos de parte del ideal y hemos querido dar un jalón moral a la conciencia de todos los hijos del Perú. (…) La liberación del hombre, su redención, sólo pueden venir de un esfuerzo del corazón, de las fuentes puras del silencio, del heroísmo cotidiano, pero sobre todo de una gran ternura: la madre».
El ‘significado de la fiesta’ fue ampliado por el catedrático Luis Varela y Orbegoso y posteriormente, llegó el clímax poético con la timbrada voz del vate Daniel Ruzo. Al término de la ceremonia todos se pusieron de pie durante unos minutos recordando a la madre querida. Por la noche se llevó a cabo una actuación literaria en el local de la Asociación Cristiana de Jóvenes, en la que tomaron parte los poetas José Gálvez y Ricardo Martínez de la Torre, y se dictó una conferencia sobre el concepto de la madre a través de los tiempos a cargo del doctor John Mackay, quien «ensalzó a la mujer y condenó al hombre que la hace víctima de sus impulsos».