Puede ser un objetivo para los museos pero en nuestro país está lejos de ser el común denominador. Todos sabemos que los museos son espacios en donde se desarrollan y se plasman visiones y pugnas entre diferentes actores sociales. Tanto su creación como su visión y guión responden a los conceptos de sus mentores, gestores y directores. Y éstos –como todos– nos regimos por nuestra cosmovisión, ideología, intereses, hábitos, etc.
Es lógico pues esperar que los museos, esos espacios públicos capaces de recrear y ofrecer versiones y puestas en escena de casi todo lo imaginable, ostenten vasos comunicantes con los grupos y/o individuos que los crean y, por ende, se conviertan en espacios de debate y reflexión a través de sus objetos, así como, estimulen la crítica y coadyuven al avance del conocimiento científico. Despojar de estas cualidades a los museos es edulcorarlos y convertirlos en entes pasivos, casi aislados de una sociedad que –como la nuestra– se encuentra en permanente disputa económica e ideológica.
El museo debe expresarlos, es más, tiene la obligación de hacerlos evidentes y, a partir de allí, llamar a la inteligencia ciudadana para plantear soluciones. Esa es la posibilidad del museo, ser el escenario democrático de participación –sin exclusión– que nos haga sentir partícipes de una solución que nos atañe a todos. Aliviando a la comunidad de decisiones unilaterales y casi dictatoriales que algunos políticos toman por nosotros a costos sociales, frecuentemente, muy altos.
Lic. Victor Falcón Huayta