AGENCIA HUARALINA DE NOTICIAS
Cada vez, que alguien pare una encuesta, crea una batahola que devora todos los porcentajes de medición.
Los favorecidos tratan que los “resultados” sean conocidos y aceptados por todos. Los “desafortunados” tratan de minimizarlos lo más que pueden y si, por ellos fuera, desaparecer la encuesta y al “encuestador” –permítanos ponerle comillas, hasta que alguien nos demuestre que realmente ha encuestado- pero la mayor y más grande caja de resonancia son los medios de comunicación, donde los eruditos y experimentados comunicadores sociales convierten en un estropajo de cocina al encuestador si es que éste ha sido mezquino con el preferido de sus facturaciones mensuales o en un enterado y capaz especialista, cuya honestidad raya con la santidad, si es que ha sido grato en endilgarle la mayor cantidad porcentual de preferencias al oportuno contribuyente de su canasta familiar.
Podemos decir, casi, con absoluta seguridad, que las encuestas que circulan por nuestra región responden a estrategias de campañas –desfasadas desde hace mucho tiempo- y no, a un verdadero interés de proporcionar una información veraz al futuro votante.
En estos tiempos en que se hace necesario – imprescindible- que se le proporcione al elector elementos y medios, que le sirvan para formarse una correcta opinión de quienes pretenden reemplazar a nuestros actuales gobernantes, el utilizar las “encuestas” para desinformar, es violentar la necesidad de poner en práctica la ética dentro de la política.
Felizmente, una gran mayoría del electorado, se ha dado cuenta que cuesta creer en las encuestas.