Todo postulante a la alcaldía debe tener un perfil que le permita enfrentar los desafíos de gestionar un territorio. Un candidato debe comprender que somos parte de un todo para el cual necesita estar en empatía con la comunidad, lo cual requiere escuchar a los ciudadanos con responsabilidad y respetando los valores de amor y solidaridad entre los vecinos.
Los candidatos deben desarrollar tres inteligencias: la inteligencia racional para resolver problemas, la inteligencia emocional para motivar y relacionarse con los ciudadanos y la inteligencia espiritual para trascender con liderazgo en la búsqueda del bienestar y calidad de vida, razón de ser de la política y de la gestión pública en sus diferentes modalidades.
Si el intelecto se olvida de lo trascendente del espíritu, degrada la política, el medio ambiente y la cultura de sus habitantes; es decir aquello que más importa en la gobernabilidad. En general, los políticos descuidan la inteligencia espiritual o resiliencia humana. Están demasiado preocupados en las encuestas y en el arrebato electoral en los medios. Son autómatas de la palabra sin contenido humano, todo lo contrario de lo que se requiere para gobernar con sensibilidad y compromiso social.
¡Cuántos personajes de poder efímero pasan por escritorios y oficinas con la mirada en el reloj y el calendario, mientras a otros les falta tiempo para formular estrategias de gobernabilidad y derrumbar muros en el mundo de la administración con fuerza emocional, visión y carisma moviendo las conciencias hacia nobles ideales!
Estos privilegiados de la ciencia, la filosofía y la nueva organización inteligente no desfallecen nunca, tienen capacidades y destrezas para trascender en la vida. Muestran mucha energía ante los demás; esto les hace transformar el status quo con nuevos paradigmas que otros han sido incapaces de proponer y hacer.
Cualquier cosa crece o se marchita según cómo se la atienda, así también sucede en la política y en la campaña electoral. La inteligencia espiritual se fundamenta en principios verdaderos y permanentes y se materializa cuando las buenas ideas se llevan a la práctica.
Hay que trabajar con uno mismo para que la voluntad llegue más lejos que la inteligencia. Primero encontremos nuestra misión, luego consultemos con ella, sin limitarnos a la mera interpretación sensorial. Mis pensamientos crean mi mundo, me alejaré de lo que hago sin querer, y sembraré la semilla de lo que quiero ser, confiando en mi capacidad, en mis propósitos y superando mis limitaciones.
Centrada en la misión la inteligencia espiritual orienta a las demás. Nacemos con un potencial: ante cada estímulo, un espacio de libertad precede a la respuesta, la que mejora percibiendo lo que otros no ven. Si los valores controlan la conducta, los principios controlan sus consecuencias. El coeficiente de inteligencia espiritual suma la integridad de sostener los principios primordiales, el hacer y cumplir con las promesas, el escuchar y seguir la voz de la conciencia.
Necesitamos alcaldes líderes que conduzcan a sus pueblos. Alcaldes que muevan las conciencias y los corazones de la comunidad. Alcaldes que vean los problemas y los resuelvan, pero al mismo tiempo alcaldes que vislumbren oportunidades y circunstancias favorables en las relaciones humanas.
Necesitamos alcaldes líderes para trascender en la historia con valores, porque quien no valora la vida, la honestidad, la lealtad y la moral está haciendo la antítesis de la libertad por la vida y el bienestar de los pueblos.
Escribe: Néstor Roque Solís (*)
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(*) Presidente del Instituto de Gobernabilidad IGDC