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Estados Unidos es ya el tercer país del mundo con más casos confirmados de Covid-19

Estados Unidos es ya el tercer país del mundo con más casos registrados de Covid-19. El virus avanza imparable por el país, alterando todos sus tejidos, del social al económico, del político al moral. Hasta este lunes por la mañana, al menos 35.000 personas habían dado positivo en las pruebas de coronavirus y 458 habían fallecido. El número de casos se ha duplicado desde el viernes por la tarde. Los números crecen exponencialmente a medida que se expanden las pruebas de diagnóstico por toda la geografía. A principios de marzo, cuando el acceso a las pruebas era aún extremadamente limitado, apenas había 70 infecciones constatadas.

La expansión de la pandemia paraliza la vida pública ya en la mayoría de los Estados. Colegios cerrados, negocios vacíos, eventos cancelados, reuniones prohibidas. Uno de cada tres estadounidenses vive ahora sujeto a medidas de confinamiento.

En Nueva York se anunciaron 4.800 nuevos casos el domingo. Ya hay más de 15.000 infecciones en el Estado, casi la mitad de las documentadas en el país, la gran mayoría en el área metropolitana de la ciudad de Nueva York.

La Gran Manzana es hoy uno de los epicentros globales de la pandemia. Casi uno de cada 20 casos confirmados en el mundo está en la ciudad. La semana pasada se ordenó el confinamiento de la población y el cierre de negocios no esenciales. Hoy se levantan hospitales de campaña en Manhattan y en los suburbios, ante el previsible desbordamiento de la red sanitaria.

“Esta semana se va a poner muy mal. Necesitamos unirnos como nación. De verdad, de verdad, necesitamos que todo el mundo se quede en casa”, imploraba el lunes por la mañana el director general de Salud Pública, Jerome Adams. Durante el fin de semana, circularon las imágenes de gente que desafiaba las recomendaciones de las autoridades y salía a la calle. En las playas de Florida o en los parques de la capital, donde centenares de personas se congregaban para contemplar el espectáculo anual del florecimiento de los cerezos. “Así es cómo se expande”, advertía Adams. “Los números que estamos viendo ahora reflejan lo que pasó hace dos semanas. No queremos que Dallas, Nueva Orleans o Chicago se conviertan en el nuevo Nueva York”.

A medida que se extiende el coronavirus, surgen las dudas sobre si el país está preparado para responder a la amenaza. Errores burocráticos provocaron una deficiente distribución de pruebas de diagnóstico que impidió valorar a tiempo el avance real del virus. El personal médico alerta de la falta de mascarillas y respiradores. La Guardia Nacional ha desplegado 7.300 efectivos por todo el país. Miles de trabajadores pierden sus empleos. Los mercados financieros se han dejado una tercera parte de su valor en solo un mes.

Y en el centro de todo, un presidente que ha construido su poder sobre la polarización y el aislamiento lidera la respuesta a una crisis que, más que ninguna otra, requiere unidad y cooperación. Un comandante en jefe acostumbrado a guiarse por su instinto y su vanidad, ante una crisis donde inevitablemente ha de dejarse guiar por los expertos.


Donald Trump empezó cuestionando la doctrina científica sobre la gravedad de la amenaza. Cuando esta era innegable, arremetió una vez más contra la prensa y, desafiando de nuevo a los expertos, convirtiendo al coronavirus en el “virus chino”, diseñó un enemigo extranjero, a la medida de sus obsesiones geoestratégicas, para inflamar a sus bases con su combustible predilecto.

El presidente Trump, durante una conferencia de prensa en la Casa Blanca sobre el coronavirus.

A apenas siete meses de las presidenciales, el presidente asiste impotente a cómo un enemigo microscópico destruye sin contemplaciones la economía del país, cuyo vigor veía como el principal argumento para su reelección. Mientras los líderes de todo el mundo tratan de concienciar a los ciudadanos para una lucha que podría prolongarse durante meses, Donald Trump apunta a los límites de las drásticas medidas para ralentizar la expansión del virus. “No podemos permitir que el remedio sea peor que el problema en sí mismo”, tuiteaba la madrugada del lunes, todo el texto en letras mayúsculas. “¡Al final del periodo de 15 días, tomaremos una decisión sobre el camino que queremos seguir!”.

El 16 de marzo, la Casa Blanca publicó unas directrices, con una vigencia de 15 días, que pedían a los estadounidenses evitar reuniones de más de 10 personas y salidas innecesarias, y recomendaban trabajar desde casa. Numerosos Estados, empezando por California, con 40 millones de habitantes, han impuesto desde entonces medidas más severas y la Casa Blanca las ha aplaudido. De California a Nueva York, de Illinois a Nueva Jersey, de Washington a Massachusetts o Michigan, las cuarentenas se extienden por el país.

La idea es ganar tiempo para que un aluvión de pacientes no colapse los servicios sanitarios. Su sugerencia de que el próximo lunes, fecha en la que vencen las directrices, habría que replantearse la estrategia de contención, vuelve a enfrentar a Trump con las autoridades médicas: el propio Anthony Fauci, experto en enfermedades infecciosas del equipo de trabajo formado por la Casa Blanca, ha dicho reiteradamente que cree que faltan aún varias semanas para que la gente pueda reemprender su vida normal.

En la comparecencia diaria ante la prensa en la Casa Blanca del equipo de trabajo contra el coronavirus, Trump ha vuelto a sugerir este lunes que las medidas de confinamiento podrían no extenderse más allá de la semana que viene. “Nuestro país no se construyó para estar cerrado. Estados Unidos volverá a estar pronto abierto para los negocios”, ha dicho. “Esto era un problema médico, no vamos a permitir que se convierta en un problema financiero”.

Preguntado acerca de cuánto tiempo de confinamiento contempla, el presidente ha respondido: “No estoy pensando en meses”. “Esto se está marchando ya”, ha concluido, a pesar del incremento exponencial de los casos de Covid-19 en el país.

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