Después de 50 años como enfermera de la sala de emergencias, Betty Grier Gallagher se había ganado con creces el derecho a retirarse. Pero, de acuerdo con los que la conocían y la amaban, ella no podía. Se preocupaba mucho por lo que estaba pasando durante la pandemia de la COVID-19.
Gallaher trabajaba en el turno noche en el Centro Médico Coosa Valley de Alabama, su preferencia, de acuerdo al testimonio de su hijo, para poder ser mentora de las enfermeras más jóvenes. Conocida en el hospital como la «Srta. Betty», le encantaba ser su caja de resonancia, su terapeuta personal y su «madre del trabajo».
Ella estaba al pendiente de que todos con los que trabajaba se alimentaran durante la guardia. Cuidaba de sus pacientes de la misma manera que cuidaba de su familia y sus compañeros de trabajo, que se convirtieron en sus parientes políticos. Ella era, según sus seres queridos, la enfermera preferida de todos.
Cuando la pandemia de la COVID-19 inició en marzo, los compañeros de trabajo de Gallaher le pidieron, por su seguridad, que se quedara descansando en su hogar, algo que para ella no estaba dentro de sus planes aún.
