Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes, unos sabios llegaron de Oriente a Jerusalén, preguntando. ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo… Después de oír al rey, se fueron; y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño (evangelio según san Mateo 2, 10).
Una de las estrellas más famosas es el astro bíblico que se cree señaló a los reyes magos la ruta hacia Belén. Sin embargo, el texto de san Mateo no ofrece ningún detalle sobre el supuesto fenómeno celeste. Si este episodio efectivamente sucedió, en realidad, ¿qué vieron en el cielo lo célebres “sabios”? ¿Cuál es la verdadera identidad de la estrella de Navidad?
Durante siglos, el asunto ha sido debatido por teólogos, filósofos y astrónomos, y al parecer estos últimos tienen las mejores pistas luego de la investigación sobre los posibles eventos celestes que habrían ocurrido alrededor del año 4 y el año 1 a. C.
Primero, no hay certeza sobre la verdadera fecha del nacimiento de Jesús; los expertos confirman el suceso, mediante el minucioso análisis de la evidencia histórica disponible, alrededor del año 2 a. C.
En cuanto a los fenómenos celestes candidatos para explicar la estrella de Belén, hay que considerar que en aquellos tiempos, con ausencia total de contaminación lumínica, y en las áridas tierras del Medio Oriente, los eventos celestes eran cotidianos. Además, los fenómenos en el mundo antiguo son enigmáticos, misteriosos, fuente de toda clase de interpretaciones mitológicas y simbólicas. El texto nos asegura que el evento observado no fue transitorio, tuvo una cierta duración, de meses seguramente, por lo que se descartan los bólidos y las “lluvias de meteoros”. Así, un primer candidato es el tránsito de algún brillante cometa.
Entre los cometas conocidos, sin duda el cometa Halley es uno para tener en cuenta y que debió observarse en el año 12 a. C., fecha que es algo temprana para considerarlo seriamente como la estrella de Belén. Y no hay más historias sobre cometas brillantes en tiempos bíblicos, pues en los registros minuciosos de los astrónomos chinos no aparecen.
Otra buena candidata a estrella de Belén sería la presencia de una estrella nova o supernova, un evento producido por una estrella en explosión que incrementa su luminosidad en grado tal que puede aparecer a los observadores como una nueva estrella en el cielo. Los astrónomos chinos dedicados a estudiar el cielo en detalle tampoco reportan ninguna nova o supernova alrededor del año 2 a. C.
Entre los fenómenos celestes brillantes no nos quedan más que las conjunciones planetarias. Con el desarrollo de moderno software de astronomía se puede proyectar hacia el pasado o hacia el futuro la posición de los astros en cualquier momento y desde cualquier lugar, y así se revisan las conjunciones candidatas a estrella de Belén.
El 11 y el 12 de agosto del año 2 a. C., precisamente los planetas más brillantes, Venus y Júpiter, emergieron en las tierras bíblicas sobre el horizonte de Oriente antes del amanecer, sin duda una visión impresionante que coincide con las fechas más certeras del nacimiento de Jesús.
Este evento se convierte en un magnífico aspirante a estrella de Belén por varias razones. Primero, la conjunción del 12 de agosto del año 2 a. C. de Venus y Júpiter se presenta en la constelación Leo, el ‘León’, el ‘Rey’, fuente de la interpretación del nacimiento de un nuevo rey por estos sabios que sin duda eran expertos astrólogos, como correspondía a la época. Además, se produce en la dirección cardinal Oriente: “(…) y la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño”. Belén está al occidente de la posición de los sabios, luego, ¿cómo es posible que la conjunción que se observa en dirección Oriente les indique la ruta hacia el Occidente? Aquí está la clave del asunto.
El 12 de agosto del año 2 a. C., Venus y Júpiter se encuentran en conjunción próxima sobre el horizonte de Oriente; los sabios deciden viajar, lo cual toma meses de preparación, tiempo suficiente para que los planetas se separen, quedándose Venus en Oriente y próximo al Sol, mientras Júpiter en la constelación Leo se va desplazando paulatinamente hacia el cenit y luego hacia el Occidente, señalando así la ruta a Belén.
Efectivamente, el 11 de febrero del año 1 a. C. –seis meses después–, Júpiter se encuentra antes del amanecer sobre el horizonte de Occidente –en este caso, sobre Belén–, continúa en la constelación Leo y, esa noche, en conjunción cercana con la estrella Regulus, el ‘pequeño rey’, la ‘estrella real’, la estrella más brillante de Leo.
El simbolismo de todo esto apoya también la historia de la interpretación que le dan los “sabios”, sin duda unos agudos intérpretes de los eventos celestes. Júpiter representa el ‘padre o rey de dioses’, se une con Venus, ‘amor y fertilidad’, para concebir un hijo en Leo, que representaba ‘el Sol y la monarquía’; y al final Júpiter, en conjunción con Regulus, el ‘pequeño rey’. Mejor dicho, algo así les indicó que había nacido un rey.
Hay otras conjunciones planetarias en estas épocas, pero la conjunción de Venus y Júpiter el 11 y 12 de agosto del año 2 a. C. es la más certera interpretación científica de la estrella de Belén.