La gestión de Ollanta Humala representa el continuismo y la apuesta por el modelo neoliberal
«Humala permitió que ese modelo no solo continuara sino que se agudizara. Y está convencido de que sus programas sociales, limosnas diversas, premios consuelo, lo convierten en un gobernante distinto».
Humala está muerto y no lo sabe. Es Manuel Prado y no se ha dado cuenta. Es Fernando Belaunde y no se lo han dicho. Le falta obra física para ser Odría. Carece de lengua para ser García. Construye como alarife el cuarto piso de ese edificio fujimorista que la CONFIEP venera, pero finge ser un arquitecto innovador. Tiene una triste figura sin ser Quijote y parece cabalgar sobre un pollino sin tener las virtudes de entrecasa del buen Sancho.
¿A quién elegimos? ¿A un débil mental? ¿A un taimado que ha perfeccionado sus artes en el poder? Ni lo uno ni lo otro. Estamos probablemente frente a un hombre que se deshizo de todo ideal, que perdió la brújula, el programa, los amigos, parte de la familia, el 80 por ciento de sus adherentes, por eso su gobierno es un fracaso.
Todo lo que dice parece anémico, borroneado, inconcluso. Es un huérfano por mano propia: él mismo mató al partido que lo llevó al poder, él ahuyentó al sur que lo hizo ganar, él eliminó el puñado de ideas que habría podido convertirlo en un estadista (y sin necesidad de parecerse a Chávez). Húmala es rehén voluntario de todos aquellos que había censurado como candidato.
Le dieron autoridad para cambiar el país y terminó de primer secretario. La derecha, que perdió las elecciones, lo usa y lo desprecia a la vez.