Cuando un ciudadano decide participar en política, debe tener el elemental conocimiento de que lo hace con el espíritu de servir a la sociedad. Para lo cual no solo debe conocer su realidad local y nacional, sino tener la capacidad de plantear soluciones a los innumerables problemas y necesidades que afronta la población.
Aspirar a gobernar no es como muchos piensan, buscar notoriedad o aprovecharse económicamente del poder, para vivir bien a expensas del dinero de los demás. Es sentirse partícipe del destino y las aspiraciones de la comunidad.
Hacer política no es hacer promesas que nunca se van a cumplir, jugando con los intereses y aspiraciones de la población. Es proyectar y dirigir una actividad planificada de gobierno, es decir, un conjunto de medidas y procedimientos que encaminen hacia el progreso y desarrollo de la sociedad.
Esto requiere de mucha voluntad y objetividad, sobre todo de mucha ética y responsabilidad. Por su puesto que es también necesaria la ideología, como concepción del interés público, capacidad de comunicación, de aprendizaje y vocación de servicio y diálogo, porque tiene objetivos, metas, intereses y prioridades de los que al final se tiene que rendir cuentas, sino como es frecuente, termina siendo un engaño y burla a la población.
El debate propicia el planteamiento y discusión de las propuestas. Quien lo rehúye es que no las tiene o le falta capacidad para sustentarlas. Por lo tanto, la participación en él es una obligación moral y cívica; sobre todo es un respeto a la población; la inasistencia es injustificable.