Un día, durante la dictadura del general Odría, un grupo de soplones se presentó en el colegio donde trabajaba Andrés Zevallos de la Puente, y exigieron que el director despidiera al artista así como a un grupo de sus colegas a quienes se acusaba no sé si de apristas o de comunistas.
Quien es hoy uno de los más grandes pintores de nuestra América andina abandonó sus pinceles, aprendió a manejar y se convirtió en camionero. Su milagrosa reciedumbre le permitió sobrevivir y mantener a los suyos durante varios años.
José María Arguedas, bajo Benavides, no tuvo la misma suerte. Por razón de sus ideas, fue recluido en la prisión del Sexto. Como lo cuenta su novela, el personaje que lo representa fue recibido en el tercer piso de la prisión por centenares de hombres que cantaban la marsellesa aprista.
Al igual que estos dos peruanos inmortales, miles de ciudadanos fueron echados de sus puestos de trabajo, perseguidos, difamados, encarcelados, torturados o asesinados por la única razón de no pensar de la manera oficial ni aceptar la tiranía.
Es toda una metodología de la infamia y el miedo. Se la llama macartismo. El nombre proviene de algunos tristes años de la historia norteamericana (1950-55) cuando el senador Joseph McCarthy convirtió la casa legislativa en una suerte de inquisición. Delaciones, denuncias, procesos con trampa y listas negras contra personas acusadas de ser comunistas significaron la destrucción de las familias, la cárcel, la deportación y la infamia contra personalidades del cine, la literatura, la vida universitaria y los sindicatos. Uno de sus procesados más célebres fue Charles Chaplin.
Desde entonces, la palabra “macartismo” se aplica por extensión a las actitudes que adoptan algunos gobiernos para aplastar los derechos civiles y sembrar el miedo en nombre de una supuesta seguridad nacional.
El año pasado, negamos nuestro voto a la opción Fujimori puesto que ella representaba la intolerancia y la brutalidad. Es más, su campaña estuvo teñida de macartismo contra el candidato Ollanta Humala a quien la señora KF y casi toda la prensa nacional acusaban de extremista cuando no de terrorista. Por su parte, legiones de “caritativas” señoras enviaban por el Internet solicitudes de enviarles canastas de comida para derrotar “a Humala, a los cholos y al comunismo”.
El macartismo fue derrotado a pesar de su Plan Sábana y de la multimillonaria bolsa de las mineras. Sin embargo, ahora a través de estos medios, la derecha quiere envolver al gobierno democrático en la campaña que ellos habrían impulsado de llegar a Palacio.
Como lo dice el filósofo de la Católica Gonzalo Gamio, quienes asumen que los individuos tienen derechos universales, quienes creen que la reconstrucción de la memoria constituye base de la democracia y quienes propugnan el cuidado del medio ambiente, corren peligro.
“Entonces uno es tildado de “marxista”, etiqueta que se identifica luego con la de “comunista” y finalmente con la de “terrorista”.
Hoy, esos periódicos demandan al gobierno que expulse de las aulas a los maestros que estuvieron presos por la acusación de terrorismo. Si cumplieron sus penas, esto no tiene el menor sentido a menos que se les quiera condenar a morir de hambre. De otro lado, las condenas aplicadas por los jueces sin rostro del Fujimorismo no son demasiado creíbles y empañan la imagen del Perú en otros lados del mundo.
El macartismo pretende que nos callemos frente a lo que no nos incumbe toda vez que no somos sus víctimas. Le respondemos con las palabras del mártir cristiano Martin Luther King:
“Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía plantaría un árbol”. Un árbol es, para nosotros, el símbolo desafiante del amor y de la vida. Los pájaros que habitan en sus ramas nos recuerdan perpetuamente que La Libertad –y no el terror- está más cerca del cielo.
Eduardo González Viaña Crónica
La Primera