Aquella mañana del 18 de mayo de 1781, don José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca, Pampamarca y Surimana, fue objeto del peor castigo que se pueda imaginar contra un hombre. Presenció la feroz muerte que se le aplicó a su hijo Hipólito, después de cortársele la lengua. Luego, el atroz asesinato de su esposa Micaela Bastidas, a quien también se le corto la lengua antes de estrangularla con el garrote.
A su turno, al negarse, una vez más, a dar los nombres de los sublevados. También se le corto la lengua y se le intento descuartizar tirando de sus extremidades con 4 poderosos caballos.
Al no lograrse el objetivo, fue finalmente decapitado y despedazado. Emplearon su cabeza en una lanza para exhibirla en la plaza. Sus demás partes fueron expuestas en otros pueblos Tungasuca, Carabaya, Tinta y Livitaca.
¿Que hizo este hombre para merecer tan cruenta muerte?
Pues dirigió el mayor levantamiento indígena independentista, contra la corona española, contra el abuso de la mitas mineras y los obrajes. Contra los corregimientos, alcabalas y aduanas, formas de explotación hacia su raza indígena.
Por esas causas inicio una rebelión el 4 de Noviembre de 1980, capturando y ejecutando al abusivo corregidor Arriaga.
Su movimiento fue exitoso al inicio, llegando a derrotar a un ejército de 1200 españoles en Sangarara, pero la falta de armas y la traición condujeron a su captura y muerte.
Tenía todo, linaje, poder y recursos económicos, por ser un empresario indígena, pero renuncio a todo por luchar buscando justicia para su pueblo. Su gesta sacudió los cimientos del imperio español y desencadeno el grito de libertad que finalmente termino con la independencia de América.